jueves, 2 de febrero de 2012

CRIMINOLOGIA - ELIZABETH BATHORY "LA CONDESA SANGRIENTA"


                               SECRETOS DE LOS VAMPIROS: ELIZABETH BATHORY 


Erzebeth de Bathory: "La Condesa Sangrienta"



"La sangre es la vida".
Génesis, 9-5


Hambruna y peste reinaban en la Europa del siglo XVI. El peligro turco era omnipresente y Hungría era un granero que podían saquear a placer. Los campesinos no podían ir a trabajar las tierras sin armarse de una espada y teniendo un caballo ensillado para huir en caso de necesidad. La guerra se enseñoreaba en el Viejo Continente. Durante una derrota húngara, el sultán otomano Solaimán tuvo su diván bajo una tienda roja donde 2000 cabezas decapitadas servían de trofeos; había cabezas de obispos, de ricos y aristócratas, pero la del rey faltaba... La encontraron un poco más tarde en una ciénaga. La brujería campaba a sus anchas. Hija del temor y de la miseria, encontraba en ese caos las fuerzas necesarias para engrandecerse, para prosperar y extender los monstruosos tentáculos de la superstición y de la locura.



Gabor de Bathory


Erzebeth de Bathory (o Elizabeth de Bathory) nació de un matrimonio consanguíneo: su madre Anna Bathory, hermana del rey Istvan I de Polonia, casó en terceras nupcias con su primo el barón György Bathory de Ecsed, y tuvieron siete hijos: cuatro fueron abortados y dos hijas más, Sofía y Klara, murieron a manos de George Dozsa, un campesino rebelde que se dedicó a tomar los castillos de los nobles húngaros y a asesinarlos a todos. Erzebeth se salvó milagrosamente cuando el bandolero atacó el castillo de su familia.



Monumento al rebelde George Dozsa


Cuando capturaron a Dozsa, lo condenaron a sentarse en un Trono de Hierro que luego encendieron y pusieron al rojo vivo. Su cráneo estalló y su cerebro se derramó por sus oídos. Obligaron a sus cómplices a comer su carne asada; luego los destriparon vivos y arrojaron sus entrañas a los perros. Tras reducirlo a cenizas, arrojaron el polvo de Dozsa a los vientos. La pequeña Erzebeth de Bathory presenció todo: las torturas, las ejecuciones, la disposición de los cadáveres. Esta experiencia la marcaría para siempre.



Estatua de George Dozsa


Entre los familiares de Erzebeth se contaban personajes poderosos: un cardenal, varios príncipes y su primo Zsigmond de Bathory, quien fue Gran Príncipe de Transilvania mediante su matrimonio con la princesa María Cristina de Habsburgo.



Zsigmond de Bathory


Otro fue Esteban de Bathory. Erzebeth pasó su infancia en la propiedad de los Ecsed (el Castillo de Čahtice).



Esteban de Bathory


Se dice que a los cuatro o cinco años de edad, Erzebeth sufrió de violentos ataques, quizás causados por la epilepsia o alguna otra enfermedad neurológica; en todo caso, remitieron cuando aún era pequeña.



Blasón de los Bathory: un dragón y tres colmillos de lobo


A los once años fue prometida al conde Franz Nádasdy, quien le doblaba la edad. Un año después, la enviaron a vivir en el castillo de los Nádasdy para que fuera conociendo a su nueva familia. Nunca hizo buenas migas con su suegra, Úrsula, matriarca del clan; al parecer, la joven Bathory hacía valer el rango superior de su apellido con una frecuencia que la enojaba.



Blasón de los Nádasdy


A diferencia de la mayoría de mujeres (y hombres) de su tiempo, Erzebeth había recibido una buena educación y su cultura sobrepasaba a la de la mayoría de los hombres de entonces. Era excepcional; su amigo Andrei de Kereshtur, en susCrónicas, relata:

"Hablaba perfectamente el húngaro, el latín y el alemán, mientras que la mayoría de los nobles húngaros no sabían ni deletrear ni escribir (...) hasta el Príncipe de Transilvania era prácticamente analfabeta".



A los quince años, en 1575, casó con Franz Nádasdy, que entonces contaba veintiséis años de edad. La ceremonia tuvo lugar con gran lujo en el castillo de Vranov nad Toplou; incluso se invitó al emperador Maximiliano II, que no pudo acudir. Fue Franz quien adoptó el apellido de soltera de su esposa, mucho más ilustre que el suyo. Se fueron a vivir al castillo de Čahtice, en compañía de su suegra Úrsula y otros miembros de la casa. El joven conde no pasaría mucho tiempo por allí: la mayor parte del tiempo estaría combatiendo en alguna de las muchas guerras de la zona, para merecer el apodo de "Caballero Negro de Hungría".



Franz Nádasdy, el Caballero Negro


Tras su noche de bodas, Franz temía levantarse del lecho de su joven esposa. Afuera de la alcoba, envuelta en su capullo de dulce canción, estaban el rey Matthias, el príncipe Rudolf, sus soldados, Ursula su madre y el resto de quienes por arte de magia él había dejado atrás durante varias horas. Sabía, no obstante, que tarde o temprano debía reunirse con ellos. Se incorporó en la cama.“Debemos regresar al mundo vestido”, le dijo a su esposa. Esto le dio a Erzebeth una idea para poner a prueba los límites de la obediencia. Le dijo a Franz que quizás el regreso pudiera ser menos desagradable si el mundo vestido se desvestía. Podían pedir a todos los que les debían obediencia a ellos que se quitaran la ropa. Franz rió. Era una idea espléndida. Además, desarmaría a todos los hombres que llevaban armas pesadas, y que tanto le preocupaban. Se dieron perfecta cuenta de que habría que exceptuar de esta orden a Ursula, al rey, a los pastores luteranos y a los monjes católicos.



Erzebeth despidió a sus doncellas cuando acudieron a vestirla, y Franz hizo lo mismo con sus sirvientes. Cuando salieron de la cámara nupcial, los recién casados eran como Adán y Eva en el Paraíso. Todos bajaron los ojos de vergüenza. De pie junto a la puerta, tomados de la mano, primero Franz, y luego Erzebeth, anunciaron la orden del día. La orden viajó de boca en boca.

“En nombre del Paraíso de Dios, que fue construido con toda inocencia, y en honor de la exitosa consumación de la boda de Franz Nadazdy y Erzebeth de Bathory, se decreta que todos quienes están bajo el techo del castillo, con excepción del rey Matthias, el príncipe Rudolf, Ursula Nadazdy y los clérigos, andarán desnudos durante todo un día”.



A invitados y sirvientes se les pidió que hicieran sus tareas como si estuvieran en el Edén, donde no existían el pecado ni la culpa. A los hombres se les pidió, aunque no se les ordenó, que bajaran los ojos ante las damas, a menos que sintieran que podían contemplarlas con absoluta inocencia. A los sirvientes se les ordenó bajar la mirada todo el tiempo ante la desnudez de sus amos. A los esclavos se les ordenó mirar sólo a los pies de los hombres libres y los nobles. Fuera de estos aspectos mínimos de cortesía, todos en la corte andarían completamente desnudos. La orden se emitió con rapidez y sin posibilidad de enmienda. Los soldados de Franz se aseguraron de que todos estuvieran desnudos antes de quitarse la armadura, las armas y la ropa. Los soldados del príncipe Rudolf objetaron vigorosamente al principio, y parecían preparados a resistir por las armas, pero luego a su comandante, Rudolf, la idea le pareció irresistible y encantadora, y no sólo les ordenó que se desvistieran ellos, sino que él también lo hizo.



El rey Matthias, que había dormido largo y tendido, abrió los ojos y vio que todos sus sirvientes andaban desnudos pero que realizaban sus tareas como si no se percataran de ello. Le sirvieron el desayuno y le prepararon el baño. El atónito rey asomó la cabeza por la puerta y vio a sus guardias desnudos en el salón. Cerró la puerta sin ruido y volvió a la cama. Llegó a la conclusión de que estaba soñando.El 10 de mayo se conoce en Hungría hasta hoy como "El Día Desnudo" o "El Día en que se Pellizca a las doncellas". Ese día se acostumbra que las doncellas vayan al mercado sin ropa interior bajo sus faldas. Los soldados se reúnen en los mercados y las pellizcan en el trasero, un hábito tolerado por los húngaros sólo este día. Inclusive Andrei de Kereshtur, tan puntilloso en otras cuestiones, dedica poco espacio a los acontecimientos del 10 de mayo. En sus Crónicas, afirma:



Nuevo blasón de los Bathory


“Una suerte de locura se apoderó del castillo. Los jóvenes, tanto sirvientes como nobles, parecieron encantados después de la turbación inicial. Los sirvientes mayores estaban secretamente contentos al ver que sus amos no eran mejores que ellos bajo sus elegantes ropas. Los deformados lloraban y se escondían en los rincones oscuros. Y Erzebeth vio que la clase y el rango no tenían nada, absolutamente nada que ver con el tamaño de la virilidad del hombre. Los clérigos se escandalizaron tanto por el decreto de los jóvenes que decidieron poner su mejor cara, por temor de que se los acusara de estar confabulados con Satanás. Declararon que la desnudez era una expiación por los pecados de la gente. Luego confeccionaron una larga lista de los pecados que, supuestamente, estaban expiando los residentes: concupiscencia, avaricia. pereza… Los monjes pintaron esas palabras sobre estandartes y lo hicieron flamear en todos los parapetos. El pastor Ponikenuz se retiró con Ursula Nadazdy y el conde George Thurzo a sus habitaciones y no salieron hasta que todos volvieron a vestirse de manera apropiada”.



El conde George Thurzo


Los historiadores húngaros en general no se han ocupado de este raro día en su historia, pero hay quienes alegan que ese día los habitantes del castillo se envenenaron con el cornezuelo de la harina de centeno. En Hungría hubo estallidos periódicos de esta calamidad, que causaba alucinaciones y comportamiento extraño. Resulta divertido observar que el 10 de mayo haya pasado a la historia folklórica sin mayor referencia en los pergaminos de las crónicas.



Franz y Erzebeth apenas se veían debido a las actividades guerreras del primero. Existe registro epistolar de cómo Franz y Erzebeth intercambiaban información sobre las maneras más apropiadas de castigar a sus sirvientes, algo normal entre los nobles de la época. Las posesiones de esta pareja de nobles húngaros eran enormes, y se requería además un férreo control sobre la población local, de origen húngaro, rumano y eslovaco.



En 1576, poco después que Erzebeth cumpliera dieciséis años, murió Maximilian II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, luego de un reinado de doce años, y fue sucedido por su hijo, Rudolf II (1576-1612). Ese mismo año, Ursula Kaniszayy Nadazdy falleció de repente y su desaparición fue lamentada por toda la cristiandad. Algunos, en secreto, también lloraban de dolor por la ascensión al trono del “Loco de Praga”. Rudolf II fue emperador durante la mayor parte de la vida de Erzebeth de Bathory. Lo sobrevivió sólo por un año. Andrei de Kereshtur escribió en sus Crónicas:



“Después de la ascensión de Rudolf II, todos los hombres al parecer adquirieron un doble. Los hombres honorables traicionaban a sus amigos, como si no fueran ellos mismos. Las personas profesaban cosas que no obedecían. Las creencias de un hombre no eran las mismas en su corazón y en su boca. Inclusive el clima, a partir de ese año, estuvo reñido consigo mismo. Podían verse cielos azules y lluvia a la vez. Nevaba y llovía al mismo tiempo. Las estrellas fugaces caían hacia la tierra y luego cambiaban de idea y volvían al cielo. Los astrólogos leían las estrellas de manera confusa y contradictoria. Saturno, rey de Capricornio y de Acuario, reinaba en el Zodíaco de Rudolf. Es frío y seco. Tiene la cara ancha y fea, ojos pequeños y abatidos, uno más grande que el otro y con cierta deformidad; los orificios de la nariz y los labios son delgados; las cejas, unidas entre sí; su negro pelo es hirsuto, rebelde y ligeramente ondulado, los dientes chuecos, la barba rala, pero su cuerpo -sobre todo el pecho- es velludo. Es nervioso. Tiene la piel fina y seca, las piernas largas, las manos y los pies deformados. El cuerpo, no demasiado grande, es de color miel, y huele a macho cabrío. En su carácter predominan la frialdad y la humedad. Una mejor descripción de nuestro emperador no podría existir. Yo agradezco a las estrellas mi joroba, que me coloca fuera de alcance de su lujuria. De lo contrario, Rudolf no discrimina, y sacia su lujuria con cualquiera mientras, insomne, recorre las galerías del castillo”.



El rey Rudolf II


Poco tiempo después de la muerte de Ursula Nadazdy, la ofensiva turca se inició en serio. Franz Nadazdy estuvo ausente un año entero. Tras dar a luz a su hija Anna Bathory, Erzebeth apenas podía darse abasto con la incesante actividad que debía desplegar. Un tropel de visitantes acudió a Sarvar para conocer a la nueva ama. Llegaban desde todos los confines de Hungría y Transilvania, trayendo obsequios y relatos, tratando de actuar con gracia y hacerse memorables para la muchacha que era más rica que el rey. Le llevaban aves increíbles, pavos reales y faisanes, especias raras y fruta de la Nueva España, vendidas por los italianos en los mercados de Transilvania, cristales hechos en Venecia por artesanos que soplaban el vidrio tan delgado como telaraña, tazas de oro hechas por artífices alemanes, telas tejidas por hilanderos flamencos y misales escritos a mano por los monjes, que ilustraban las primeras letras con tintas extrañas.



El Castillo de Čahtice


Su primo Stephen Bathory le regaló un animal extraño y maravilloso traído por marineros españoles de la Nueva España. Era un felino entrenado desde cachorro que, sin embargo, conservaba muchos instintos peligrosos. Se trataba de un jaguar, adorado como un dios en muchas partes de Nueva España. Le dio el nombre de Nieve Nocturna porque le recordó a la nieve brillando bajo la luz de la luna. Ella misma lo alimentaba con carne cruda. Algunas noches dormía desnuda al lado de la jaula de Nieve Nocturna. Poco después, el jaguar ya salía de su jaula e incluso dormía con ella en su cama. En 1583 llegó al castillo el famoso filósofo Johannes Kepler, amigo de la infancia de Erzebeth. Permaneció allí varios días, intentando averiguar si el protestantismo se había apoderado de la Casa Bathory o el catolicismo aún tenía esperanzas. Sostuvo largas e interesantes conversaciones con Erzebeth, rememoraron los días de antaño y hablaron como buenos amigos.



Johannes Kepler


No fue hasta 1585, diez años después de su matrimonio, que la condesa tuvo a su primera hija, Ana, y en los nueve años siguientes dio también a luz a Úrsula y Katherina. Finalmente, en 1598, alumbró a su único hijo, Pál. Es de esa época que data su único retrato, hoy desaparecido.



Un día, Erzebeth descubrió que la edad la había convertido en una mujer madura. Se obsesionó con el proyecto de conservar su juventud. En su biografía de la Condesa, el escritor Andrei Codrescu describe magistralmente el instante en el cual Erzebeth destruyó todos los espejos de su castillo y cometió el crimen que finalmente iniciaría su caída:



“El último día del siglo XVI, la condesa Erzebeth de Bathory de Hungría, deprimida por el paso irremediable del tiempo, airada por la traición de la carne, y entristecida más allá de todo consuelo por la pérdida de su juventud, ordenó que sus doncellas rompieran todos los espejos de su mansión sobre una colina de Budapest. Las atemorizadas muchachas bajaron los pesados marcos de las paredes y los sacaron a la intemperie. Algunas lloraban sin saber por qué, sospechando que los caprichos de su ama acababan de dar un vuelco más sombrío que de costumbre. Cuando llegaron al centro del patio, apoyaron con ternura los espejos sobre la nieve. El cielo plomizo se reflejaba, tenebroso, en los cristales. No obstante, parecía inclusive, que hasta el cielo los rehuía, dejando la pulida superficie en la oscuridad.



“Desde su posición elevada en el ventanal, Erzebeth hizo una seña para que comenzaran. Al observar a su multitud de mujeres vestidas de negro rompiendo los espejos con palas bajo la nieve que seguía cayendo, Erzebeth sintió una fría llama en el interior de su cuerpo. Parecían cuervos, esas mujeres, atareadas enterrando la vanidad de su carne, Cuando todos los fragmentos sucumbieron bajo una fresca capa de nieve, ella juró erigir un monumento en ese sitio, algo poderoso y frío, en conmemoración del fin de su belleza temporal.



“Había supervisado la destrucción de su costosa colección de espejos con la esperanza de que lo que antes reflejaran también quedara destruido. Habían presenciado su transformación de adolescente en mujer, el florecimiento de su carne. Habían visto el cuidado que tomaba con el recipiente de su cuerpo, la íntima atención otorgada a sus contornos, su minucioso deleite con la extensión de su piel, que estudiaba como un explorador estudia un mapa. También habían visto su desenfreno y el frenesí de sus juegos amorosos, de los que se sentía tan orgullosa como cualquier artista. Habían presenciado cómo estudiaba un gesto y ensayaba poses para funciones oficiales y citas clandestinas. Sus espejos contenían las formas descartadas de sus caprichos, las posturas rechazadas, las pruebas abandonadas de diversas facetas de su yo. También su desaliento, la derrota de su femineidad, su débil ser empapado de lágrimas. Su humillación a merced de los demonios cuando estaba sola con criaturas encarnadas y aladas, y nadie podía ayudarla. Nunca había permitido que nadie la viera vencida, pero los espejos lo habían visto todo. Y ahora ellos también, a pesar de estar hechos sólo de vidrio, debían ser destruidos, porque fueron sus testigos. Erzebeth no iba a permitirles que la vieran envejecer.



“Había intentado detener la marcha del tiempo, pero sus espejos, y sus habilidades, le habían fallado. El tiempo mismo era su enemigo; su paso, la enfermedad que todo lo mancillaba con corrupción y muerte. Como le había dicho en una oportunidad su amigo Andrei, estaba dominada por el orgullo de Lucifer. Despreciaba a la naturaleza por su curso, ligado a las estrellas, por su lentitud, su indiferencia. Su credo era contra naturam, y lo había grabado en su papel de cartas. Lo que habían visto esos espejos era una lucha no menos feroz que el choque de los ejércitos a su alrededor. Sus victorias habían sido breves y plenas de peligro; la hostilidad, nunca resuelta. Pero mientras que su marido y sus tropas sabían por qué luchaban, en el caso de ella su enemigo era elusivo y ubicuo.



“La copiosa nevada que cayó toda la tarde y noche no contribuía a levantarle el ánimo. Veía la blancura como una mortaja tendida sobre su juventud. Desde la ventana ojival de su alcoba observaba bailar los gruesos copos sobre las cúpulas y capiteles de la capital real. Uno tras otro iban enterrando su siglo, el siglo de su juventud y de su vida. Los ingrávidos cristales que de niña recibiera con gritos de júbilo ahora eran como clavos. Observaba con fijeza la nieve y creía discernir una forma sonriente en ella, una mujer esquelética que sostenía un espejo de mano roto. Erzebeth no retrocedió ante la aparición. Cuando la figura enjuta se acercó lo suficiente, vio que no era otra que ella misma, el objeto de la burla de la traviesa danza de la nieve. Hubiera querido volverse, en busca de consuelo, a su espejo veneciano, que cubría la pared desde el piso al cielo raso, pero ya no estaba. En cambio, siguió contemplando la figura de su muerte, que sabía que era verdadera. Los espejos habían sobrevivido a su capacidad de lisonja.



“Esa noche, Erzebeth escogió con el mayor de los cuidados su atuendo negro para la Misa del Gallo. En la iglesia de Santa María, en Budapest, Ilona Harszy, que acababa de cumplir los quince años, cantó con una voz tan hermosa que hizo llorar a los monjes agustinos. Los aristócratas húngaros que asistían al servicio religioso cubrieron de elogios a la pálida niña. Algunos desnudaron sus brazos y su cuello de alhajas, y se las ofrecieron a la iglesia en señal de gratitud. Ilona se erguía, con toda modestia, en medio de esta tormenta de afecto, la cabeza inclinada, agradeciendo en su interior a la Virgen Santa por la inspiración que había hecho que su voz se elevara a alturas angelicales.



“El suelo frente a la iglesia se cubrió con la seda de nobles abrigos, tendidos para que Ilona no tuviera que pisar la nieve. Su manera de cantar hizo que el barón Eszterhazy escribiera a los padres de la muchacha: ‘Su voz pura era una de las mejores de Europa, mejor de las que he oído en los teatros de ópera de Italia’. Los monjes agustinos, que vivían enfrente de la iglesia de Santa María, cosieron una túnica para Ilona. El abad, Teronius, les recomendó que cosieran la túnica con pureza, llenos de gratitud por la angelical Ilona Harszy, cuya voz le fue enviada del cielo. Dos horas después de la sorprendente actuación de Ilona, Erzebeth envió a su carruaje a buscarle para una actuación privada. Ilona subió al carruaje, aún ataviada de blanco, los hombros cubiertos por una capa de armiño regalada por un noble. Había dejado de nevar y hacía un frío terrible, de la clase que, se decía, engendraba estrellas lupinas. Los campesinos creían que en noches como ésa las estrellas bajaban del cielo para aparearse con los lobos. Sus engendros aterrorizaban el mundo durante las noches oscuras de invierno.



“Erzebeth de Bathory recibió a la cantante en el salón rosa, una habitación artesonada con madera de palo de rosa y cubierta de alfombras orientales. Cerca de las llamas la Condesa reposaba en un diván turco, vestida sólo con una túnica negra de seda. En la mano sostenía la boquilla de oro de un narguile turco, en el que ardía una bola de dorado hachís.



“Erzebeth le ordenó que cantara, pero el miedo atenazó a la chiquilla. La Condesa se levantó del diván, la abofeteó, y luego le arañó las mejillas. Sus doncellas le quitaron el vestido a la chica. Después la Condesa se quitó con ferocidad su propia túnica y quedó desnuda. Sus senos abundantes, sus caderas opulentas y la piel floja de su abdomen se enfrentaron con desafío a la figura insustancial erguida ante ella. Poniendo la mano bajo la barbilla de la muchacha, le levantó la cara con energía.

-¡Contempla a una mujer! -exclamó.



“La Condesa mordió los pezones de la muchacha, sacando sangre. Acarició el cuello de Ilona, apretándolo después. La muchacha se desmayó. Cubriendo su desnudez, arrastró a la niña inconsciente al exterior, seguida de sus doncellas.



“El frío era fuerte. Temblando, las mujeres subieron a la cantante sobre el montículo bajo el cual estaban enterrados los espejos de Erzebeth. La Condesa mantenía a la muchacha, siempre inconsciente, cerca de su cuerpo, sintiendo cómo el calor la iba abandonando y entrando en ella. Su mejor doncella, Darvulia, trajo un cubo de agua desde la casa. Las doncellas mantuvieron a Ilona erguida, mientras Erzebeth arrojaba agua sobre la pálida forma. El agua se hizo hielo de inmediato y la muchacha se congeló en el acto. Las mujeres se quedaron contemplando durante un momento a la estatua de carne. Una lámina de hielo, afilada como una astilla de cristal veneciano, se curvaba hacia adelante entre las piernas de la muchacha. Sobre esta lámina, su pubis brillaba. El ombligo también se había llenado de cristales de hielo, como un racimo centelleante de pequeñas joyas.

-Belleza -dijo con frialdad Erzebeth- ¡Con cuánta facilidad te aferráis a los débiles!



“Cuando la primera luz del sol asomó por encima de la capital nevada de su reino, Erzebeth ordenó a sus sirvientas que despertaran a todos y que prepararan las valijas para iniciar el largo viaje a Kereshtur. Para las nueve de la mañana, la mansión de los Bathory en Budapest había quedado desierta.



“Llorando ante los portales cerrados, Gepy y Olyra Harszy, padres de Ilona, pronto atrajeron una multitud. Las sospechas que se habían originado alrededor de la temida condesa Erzebeth de Bathory como una nube negra de rumor y miedo infundieron coraje a la multitud enfurecida para que rompiera las verjas. Una vez dentro, todo el mundo se quedó sin respiración al contemplar la estatua de su amada cantante eternamente congelada sobre la nieve. Gepy y Olyra se desmayaron, pero tal clamor se elevó de la gente, que quedaban pocas dudas de que esta vez la sobrina del palatino sería por fin llevada ante la justicia.



“El resto de esa semana, los monjes agustinos hicieron sonar sus cascabeles en la calle, frente al parlamento, donde residía el príncipe Thurzo, haciendo un ‘ruido espantoso, clamando por la vindicación de la cantante del coro’, según se informa en las Crónicas de Andrei de Kereshtur. Los monjes, como dijo el abad Teronius, ‘habían permanecido despiertos muchas noches por los alaridos provenientes de la mansión de Bathory, pero nunca antes se había blasfemado a Dios de esa manera’. Los indignados agustinos no abandonaron sus reclamos de justicia. Sin embargo, llevar a la justicia a un miembro de la nobleza más poderosa de Hungría no era algo fácil, como bien sabían el príncipe palatino Thurzo, el rey Matthias y el emperador Rudolf. El castillo de Kereshtur, donde residía ahora Erzebeth, había resistido contra los ejércitos de dos Imperios”
.



Después de la desaparición de la cantane Ilona Harszy el fin de año de 1599, los rumores de los actos malvados de Erzebeth de Bathory se tornaron más alarmantes. Ponikenuz y Megyery predicaban contra ella en las iglesias, llamándola bruja y exigiendo que se la quemara en la hoguera. Ponikenuz escribió tanto al rey Matthias como al emperador Rudolf pidiendo una investigación. El rey Matthias, que amaba a Erzebeth, convocó a su primer ministro, el palatino Thurzo, y le ordenó que se encargara del asunto. Thurzo se preocupó mucho. No estaba tan afligido por Erzebeth, sino por el apellido Bathory y por la suerte de su gran fortuna, que corría peligro de caer en manos del rey, en caso de que fuera condenada.



En Praga, el emperador Rudolf se ocupaba también de reunir evidencia. Sus espías de Pest le informaban acerca de todos los rumores. Su motivo, como el de Matthias, era la voracidad, pero además le fascinaba la posible brujería. Rudolf no dejaba sin investigar ningún rumor de intervención sobrenatural, ni de comprobar el poder de ningún talento psíquico. Buscaba indicios consultando a los estudiosos monjes y sus libros llenos de símbolos, pero también a curanderos, herbolarios y brujos. Ordenó a sus espías que investigaran "todo lo perteneciente a lociones, raíces mágicas, conjuros". Uno de los espías, un orfebre alemán llamado Heuss, le informó que "el agua de Hungría" era usada en la corte de Erzebeth de Bathory con propósitos ocultistas, e incluyó una receta para el emperador. Estaba "basada en aceite de romero, luego reforzada y endulzada con lavanda. El ermitaño que le presentó la fragancia a la Condesa le aseguró que conservaría su gran belleza intacta hasta su muerte". Esta noticia era de interés para el emperador, que sabía que el romero era un ingrediente usado para hacer el Caldo de las Brujas, que era lo que les permitía volar. Los españoles reverenciaban el romero porque era el arbusto que le sirvió de refugio a la Virgen María. Le ordenó a Heuss que obtuviera una muestra de Agua de Hungría, cosa que Heuss hizo y envió a Praga en un frasco de vidrio con su sello. También agregó detalles sobre la naturaleza exacta del proceso: "Una libra y media de hojas frescas de romero en un galón de vino blanco debe macerarse durante cuatro días..."



Luego de esta comunicación, Rudolf le escribió formalmente al rey Matthias, exigiendo que "la hereje Bathory sea vista por la Corte Imperial y por representantes de la Iglesia Católica y Apostólica Romana para cerciorarse acerca de su fe". El rey le respondió a Rudolf con una dosis mayor que la acostumbrada de su buen sentido del humor: "Está bajo el poder de Vuestra Majestad el desviar a uno de los regimientos de los Habsburgo que vaya camino a derrotar a los turcos en Valaquia, hacia el fuerte de Kereshtur, con el fin de ofrecer a la Condesa la hospitalidad de Vuestra Majestad... siempre que ella se sienta de buen espíritu". No había ningún regimiento de los Habsburgo que avanzara contra los turcos. Kereshtur estaba en tierras en poder de los turcos y era inexpugnable. Los regimientos de Erzebeth de Bathory podrían haberse apoderado de Hradschin en Praga antes de que el regimiento de Rudolf llegara a Kereshtur. En cuanto a la posibilidad de que se sintiera "de buen espíritu", se trataba de una broma de doble sentido, pues aludía tanto a su estado de ánimo como a su supuesto trato con los espíritus.



La cuestión de cuál era la jurisdicción correcta para investigar a Erzebeth de Bathory fue el tema de cartas entre el palatino Thurzo y el rey Matthias. El palatino Thurzo, tío de Erzebeth, sostenía que el foro correspondiente para la investigación era la Corte de la familia. "En cuanto se dice que la condesa Bathory ha transgredido las leyes de sus propias cortes, le compete a la corte de la familia colocar en forma apropiada para Vuestra Majestad la cuestión del alcance y gravedad. Existe, asimismo, la cuestión de las deudas que la Corona mantiene con la condesa Bathory, que deben ser pagadas ante cualquier jurisdicción que pueda causar la disipación de su fortuna. También debemos proteger la honra del Conde Nadatzdy, caballero cristiano cuyo valor es elogiado a lo largo y a lo ancho de las tierras cristianas”.

El palatino no era sino directo. Si la Condesa era hallada culpable por la corte del rey, su considerable fortuna sería confiscada. Él no lo permitiría.



El declive comenzó en 1604, poco después de la muerte de su marido. Una de sus sirvientas adolescentes le dio un involuntario tirón de pelos mientras la estaba peinando. Al principio tuvo mucha suerte: la condesa reaccionó reventándole la nariz de un fuerte bofetón (cuando lo normal entre la nobleza de la época habría sido sacarla al patio para recibir cien bastonazos). Pero cuando la sangre salpicó la piel de Erzebeth, a ésta le pareció que allá donde había caído desaparecían las arrugas y su piel recuperaba la lozanía juvenil. La Condesa, fascinada, pensó que había encontrado la solución a la vejez, y siempre podría conservarse bella y joven. Con la ayuda de sus sirvientes, desnudaron a la muchacha, le hicieron un profundo corte en el cuello y llenaron un barreño con su sangre. Erzebeth se bañó en la sangre, o al menos se embadurnó con ella todo el cuerpo y probablemente la bebió.

Entre 1604 y 1610, los agentes de Erzebeth se dedicaron a proveerla de jóvenes entre 9 y 26 años para sus rituales sangrientos. En un intento de mantener las apariencias, habría convencido al pastor protestante local para que sus víctimas tuviesen entierros cristianos respetables. Cuando la cifra comenzó a subir, éste comenzó a manifestar sus dudas: morían demasiadas chicas por "causas misteriosas y desconocidas". Así es que ella le amenazó para que callase y comenzó a enterrar en secreto los cuerpos desangrados.



Tomó la costumbre de quemar los genitales a algunas sirvientas con velas, carbones y hierros por pura diversión. También generalizó su práctica de beber la sangre directamente mediante mordiscos en las mejillas, los hombros o los pechos. Para estas cuestiones privadas se apoyaba en la fuerza física de sus criados.

En repetidas ocasiones se trasladó a Viena, y ya circulaba por entonces el apodo con la que le habían bautizado: "Blutgräfin" (“Condesa Sangrienta” en alemán). Se contaban historias de sangre corriendo por la capital austríaca, de los gritos de jóvenes doncellas asesinadas.



A sus cincuenta años, según los testimonios de las personas que la conocieron, presentaba un aspecto de juventud sorprendente, casi diabólico, con una palidez lechosa que fascinaba y aterraba. Se decía además que mientras su esposo estaba fuera, ella mantenía relaciones sexuales con sirvientes de ambos sexos, y se rumoraba que cuando tenía sexo con chicas, no era raro que las mordiese salvajemente.

La leyenda cuenta que Erzebeth vio a su paso por un pueblo a una anciana decrépita y se burló de ella. La anciana ante su burla la maldijo diciéndole que ella también estaría como una vieja en poco tiempo.

“No había, quizá, nada más espantoso que ver a mi señora morder los pobres labios de la vagina de una muchacha con la cara cubierta por la barba del propio vello de la pobre muchacha. Cuando la sangre de la muchacha le cubría toda la cara, mi señora gritaba de placer y exclamaba: '¡Perdóname, Dios!'. A veces me pedía que le chupara la parte inferior de una pobre muchacha, y que le metiera la mano entera adentro”.



A pesar de estas diversiones, Erzebeth llevaba a cabo los asuntos diarios de sus propiedades con energía inigualable. Temprano por la mañana iba a la capilla, donde soportaba los sermones del pastor Ponikenuz, cuyo invariable tema era la debilidad de la carne. Antes del mediodía se reunía con Jacob Silvazy, el administrador de Sarvar, y revisaba con gran cuidado los gastos y necesidades de la casa para la semana siguiente. Durante tres horas más, escribía cartas a los administradores de otras propiedades en Kereshtur, Čahtice, Lockenhaus y Viena, dando instrucciones en asuntos diversos y respondiendo a sus preguntas.



El capitán Moholy, de su guardia montada, exigió verla para pedirle que aumentara la cantidad de guardias en Kereshtur de quinientos a setecientos jinetes. Ella lo aprobó. Un representante del rey Matthias la había estado esperando pacientemente toda la mañana. Venía con el pedido de un préstamo para su Majestad el Rey, cuyo tesoro estaba exhausto desde la última guerra. Ella también aprobó esto.

Recordaba todo cuanto se le decía, inclusive las cantidades más pequeñas y todos los nombres, y con diligencia aplicaba lo que sabía a los asuntos de sus posesiones. Además de administrar las vastas propiedades de los Bathory y de supervisar el personal en sus muchos castillos, a diario se veía con mercaderes, negociaba con los representantes de los gremios, mantenía en un puño a miles de campesinos y esclavos descontentos, administraba justicia, y en general hacía valer su autoridad.

Entre sus deberes estaba la supervisión de los castigos. La administración oficial de justicia en sus cortes no era desusadamente cruel. Los azotes por pequeños robos eran muy frecuentes, pero sólo se registra un ahorcamiento en Sarvar en toda la década que va de 1578 a 1588.



Los asuntos del día requerían sirvientes eficientes y de mente sobria, pero las actividades de la noche también tenían su personal, igualmente eficaz. Se encargaban de llevarle jovencitas, principalmente campesinas. Erzebeth estaba intrigada por el poder que tenían estas vulgares muchachas de excitarla. Empezó a jugar con ellas de otras maneras, para ver qué motivaba su comportamiento. Ordenó que a toda nueva muchacha se le afeitara la cabeza. Con el pelo hizo sogas, para comprobar su resistencia. “El pelo es fuerte”, les explicó a sus doncellas. “Es fácil ver cómo en los antiguos tiempos los caballeros subían a la torre escalando por las trenzas de su amada”.



Colgó estas sogas de la ventana de su alcoba y luego le ordenó a Ficzko, su amante, que subiera por ellas. Erzebeth lo aguardaba, desnuda, detrás de un muro de velas encendidas. Otra vez hizo hacer una túnica con el pelo de las sirvientas, y se puso la túnica sobre las carnes, dejando ver sus pechos y pubis entre los cabellos flojamente trenzados mientras realizaba sus tareas habituales, conferenciaba con sus administradores, instruía a los empleados y regateaba con los comerciantes. Si sorprendía a alguien mirando con osadía los lugares donde se abría la túnica de pelo, reprendía al atrevido y exigía, al mismo tiempo, una disculpa y un elogio de su novedosa prenda. “Santa Cecilia andaba desnuda, cubierta sólo por sus trenzas, y, sin embargo, la veneramos”, afirmaba.



Había muchachas con la cabeza afeitada por todo el castillo, que ocultaban su humillación debajo de pañuelos y cofias. No obstante, no se las dejaba tranquilas. Después de quitarse su vestido por la noche, la condesa quería lo que quedaba de las pobres criaturas para sus diversiones nocturnas. La mayoría de las rapadas eran demasiado jóvenes para tener vello púbico, pero cuando la condesa encontraba alguna excepción (ya fuera en forma de suave vello o una mayor frondosidad) pedía que se le afeitara. Luego hacía bigotes o barbas con el pelo, que usaba en su cara cuando mordía los diminutos senos de las muchachas o sus delgados labios vaginales. Una sirvienta llamada Dori atestiguaría: “Darvulia y Erzebeth organizaban aquelarres con muchachas drogadas, que bailaban desnudas bajo la luz de la luna. Luego llegaban hombres embozados que las poseían, y ellas estaban seguras de haber sido tomadas por el mismísimo Satanás”.



Un día llegó un mercader de las tierras alemanas con un instrumento, una jaula cilíndrica con afiladas estacas que giraba y se contraía, y las estacas atravesaban la carne de la desgraciada criatura que a la sazón estuviera aprisionada adentro. El alemán, llamado Philipp Imser de Augsburgo, era el brillante inventor de muchos mecanismos refinados y útiles. Había empezado a hacer instrumentos de tortura porque existía una gran demanda luego de una serie de rebeliones de campesinos. Viajó a Hungría para conocer al gran Thurzo, cuyo gran trono de hierro al rojo vivo para el bandolero George Dozsa admiraba. Había construido la jaula cilíndrica para Thurzo, pero el palatino decidió hacerle un obsequio a su sobrina Erzebeth de Bathory. Erzebeth no estaba segura de lo que significaba el regalo de la jaula, pero se alegró de recibirla.



Hizo instalar el objeto en su sala de baño en Kereshtur. Allí rotaba mientras ella yacía en su baño, una jaula de cobre brillante sin un pájaro dentro. Su satisfacción al contemplar el mecanismo se vio reducida severamente por un arañazo en su pecho izquierdo. Una de las muchachas que la friccionaba, una retasada mental de Eslovaquia, llamada Katarina, la arañó con una uña. Erzebeth la azotó, furiosa, pero al ver que su castigo no hacía mella en la muchacha, le ordenó a Darvulia que mandara llamar a Ficzko. Sin salir de su baño, hizo que su fornido ex amante y sus mujeres ataran a Katarina. Bajaron la jaula rotativa, y obligaron a Katarina a acurrucarse dentro. Luego levantaron la jaula. A medida que el movimiento arrojaba a la muchacha a un lado y otro, las largas agujas le fueron atravesando el cuerpo. La sangre que manaba iba bañando a Erzebeth, que estaba justo debajo. Fue una sensación extraordinaria. A medida que la sangre de la muchacha llovía sobre ella, un júbilo enloquecedor se apoderó de ella. Mejor aún, en los lugares mojados por la sangre, su piel parecía hacerse más joven, llena de una nueva vida.



Durante los tres años siguientes, la jaula rotativa se convirtió en el entretenimiento favorito de Erzebeth. Cuando se miraba en el espejo después de una de sus duchas de sangre, se veía fuerte y bonita. La suerte de las muchachas sacrificadas en aras de su bienestar no le interesaba en absoluto. Las muchachas, sus padres y las aldeas de donde provenían eran de su propiedad. Era libre de disponer de ellas como se le antojara. Pero su falta de preocupación no era compartida por sus sirvientas que, si bien ayudaban, temían ser descubiertas. Los rumores acerca de la desaparición de muchachas creaban gran inquietud entre los habitantes de las aldeas. El pastor Ponikenuz, a quien le habían permitido ingresar en el área de baños, intentó entrar por la fuerza un día, cuando las mujeres estaban lavando la sangre y cortando en pedazos el cadáver de la víctima para un entierro clandestino. No logró su propósito, porque Darvulia se interpuso y lo hizo sentir grosero por tratar de invadir un área femenina.



La jaula rotativa no era más que uno de los extraños artefactos que empezó a coleccionar Erzebeth durante el año posterior al nacimiento de su hija Anna. Le fascinaban otras novedades mecánicas inofensivas pero divertidas. Adquirió muchos mecanismos de relojería que no sólo medían el tiempo sino que además calculaban las posiciones de las estrellas. Compró cajas musicales y muñecas que se movían mediante resortes y engranajes escondidos. Conoció a la mayoría de los relojeros y orfebres mecánicos de su tiempo. Muchos eran invitados a uno u otro de sus castillos, donde instalaban ingeniosos mecanismos que abrían puertas, advertían cuando se acercaba alguien o proporcionaban lugares donde esconderse. Desde adentro de uno de estos objetos, Ibis, un enano propiedad de Erzebeth, manipulaba palancas que causaban movimientos y sonidos. Erzebeth utilizaba sus juguetes para asustar a sus sirvientes y para divertir a sus invitados.



Su manía dio un vuelco extraño cuando ordenó al maestro orfebre Imser que le construyera una Doncella de Hierro o Doncella de Nuremberg, enorme ataúd con forma de mujer cuyo interior estaba lleno de afilados picos; al encerrar a la víctima dentro, las puas iban atravesándola poco a poco. Con el transcurso del tiempo, Imser le fabricó sesenta muñecas mecánicas mortíferas, que realmente parecían de carne y hueso. Erzebeth las hizo instalar en todos sus castillos y con frecuencia viajaba con una de ellas en su carruaje, como si fuera una amiga. Al respecto, la escritora Valentine Penrose narra:

"Había en Nüremberg un famoso autómata llamado la 'Virgen de Hierro'. La Condesa Bathory adquirió una réplica para la sala de torturas de su castillo. Esta dama metálica era del tamaño y del color de la criatura humana. Desnuda, maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, un mecanismo permitía que sus labios se abrieran en una sonrisa, que los ojos se movieran. La Condesa, sentada en su trono, contempla. Para que la 'Virgen' entre en acción es preciso tocar algunas piedras preciosas de su collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para que se cierren en perfecto abrazo sobre lo que esté cerca de ella, en este caso una muchacha. La autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo vivo del cuerpo de hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los senos maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen cinco puñales que atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos como los suyos. Ya consumado el sacrificio, se toca otra piedra del collar: los brazos caen, la sonrisa se cierra así como los ojos, y la asesina vuelve a ser la 'Virgen' inmóvil en su féretro".



Erzebeth era señora feudal de un importante condado de Transilvania, metida en todas las intrigas políticas de aquellos tiempos convulsos, pero sin ejército con que proteger su poderío. Por la misma época, su hermano Gabor se convirtió en Príncipe de Transilvania, con el apoyo económico de la riquísima Erzebeth. Gabor se metió pronto en una guerra con los alemanes; por complejas razones políticas, esto la ponía en peligro de ser acusada de traición por el Rey Mathias II de Hungría (quien probablemente ambicionaba sus extensos dominios).



Es por esta época que empiezan a escucharse rumores de que algo muy siniestro ocurre en el castillo de Čahtice. A través de un pastor protestante local, llegan historias de que la Condesa practica la brujería (explícitamente, la magia roja) y para ello utiliza la sangre de muchachas jóvenes (una típica acusación muy popular en la época, similar a las que se realizaban contra los judíos). Es curioso observar el paralelismo con Juana de Arco, acusada igualmente de brujería cuando su poder político se consideró peligroso para el sistema establecido.



Una carta, del palatino Thurzo al rey Matthias, estaba fechada el 8 de abril de 1609, antes de que hubiera registro oficial de ningún alegato. Una vez más, Thurzo le explicaba al rey la necesidad de investigar a Erzebeth bajo la jurisdicción de la corte familiar. "Es mejor que se le permita a la hija de la mujer Bathory a que considere con equidad las posibles infracciones de su madre, para que pueda limpiar el nombre de la familia y no proyectar sombra sobre la reputación de su padre, el valiente conde Nadazdy, héroe de las guerras de Hungría". El significado era claro: no podía permitirse que el nombre de la familia se hundiera con la Condesa.



Como es comprensible, el rey favorecía un juicio a cargo de la Corona. "La gravedad de las acusaciones (...) ha llevado la situación más allá de la jurisdicción doméstica. El nombre de la condesa Bathory se pronuncia fuera de nuestras fronteras. Se lo ha mencionado en la correspondencia entre embajadores y sus cortes". El rey no decía cómo se había accedido a la correspondencia privilegiada entre los embajadores y sus Cortes. No mencionaba los 600.000 florines de oro que adeudaba a la condesa. No mencionaba tampoco su deseo secreto de poner prisionera a Erzebeth en su propio calabozo, donde podría verla cuando lo quisiera. Su violenta pasión por la Condesa protestante subsistía, intacta.



El rey Matthias I


Por fin, en forma secreta, convocó una comisión investigadora en nombre de la familia. El comisionado principal era el palatino Thurzo, pero la comisión en pleno incluía a la hija de Erzebeth, Anna, y al marido de ésta, Sandor. Ni el rey ni el emperador estaban en posición de ejercer presión.



La tumba de Thurzo


Mientras, en el castillo, Darvulia conspiraba para vestir a las campesinas con elegantes vestidos como si fueran nobles, luego de bañarlas y perfumarlas. Las muchachas eran llevadas a la mesa de Erzebeth y se comportaban siguiendo las instrucciones impartidas, pero rara vez abrían la boca por temor a traicionar su ordinariez. Después de la cena, la Condesa ordenaba que se les encerrara en una Doncella de Hierro o ella misma las torturaba. Muchas veces, durante la tortura, los groseros alaridos de las muchachas destruían la ilusión de su origen aristocrático. Entonces la Condesa se convertía "en una loba feroz, de ojos enrojecidos, con espuma en la boca", según declaró después Jo-Anna, que también participaba en estas orgías.

A finales de noviembre de 1610, Erzebeth viajó a Čahtice con su séquito de mujeres. Čahtice, en el país eslovaco, era una de las propiedades más pequeñas, con un castillo protegido.

La muerte de Ilona en la nieve fue el primer acto registrado, de naturaleza abominable, que involucraba a una hija de la nobleza. Le siguieron otros: las hijas mellizas de una princesa rusa; la hija única de una viuda austríaca relacionada con la corte de los Habsburgo. Después que le empezaron a gustar las muchachas aristocráticas, bien educadas, bien vestidas y perfumadas, Erzebeth perdió su interés por las campesinas. Sin embargo, no había suficientes muchachas nobles



La actriz y modelo Michelle Bauer, como Erzebeth de Bathory


Una noche, rodeada de perlas, esparcidas por todas partes, provenientes de un collar que acababa de romper, la Condesa miraba con fijeza una columna de nogal negro, de brillo opaco, que se elevaba del piso hacia el cielo raso abovedado de piedra. Erzebeth había comisionado a un pintor italiano para que decorara la bóveda con una escena del Juicio Final, pero se enfureció cuando el hombre le puso la cara de su nueva doncella Dorika a uno de los ángeles. Dio órdenes para que azotaran al pintor y lo echaran a la intemperie, bajo la nieve.

Después, la Condesa ordenó cubrir los vitrales de encaje negro, a través del cual se filtraba apenas la luz invernal, que junto con las llamas del hogar y la luz de unas pocas velas doradas formaba intrincadas figuras. Ordenó que le llevaran a Dorika. La muchacha. estaba descalza, cubierta sólo por una limpia camisola de muselina blanca. Había sido peinada vigorosamente, pero su pelo enrulado, que le caía en cascadas sobre los hombros cubiertos de pecas, tenía un aspecto desaliñado. Temblando de miedo, le preguntó a la condesa qué había hecho para desagradarla. “¿Qué ha hecho para desagradarme?”, le preguntó Erzebeth a Darvulia, en quien depositaba toda su confianza. “Se le encomendó limpiar el espejo del gran salón, señora. Lo ensució”, respondió la criada. Erzebeth había permitido que se dejara este espejo en Čahtice en deferencia a sus huéspedes, pero exigía que se lo cubriera con una muselina negra cada vez que ella entrara en el salón.



La actriz Pat Shepard como La Condesa Sangrienta


Dorika sabía que había fallado. Era una tarea delicada e imposible: no bien lograba pulir a la perfección una parte en la mitad del espejo, el resto empezaba a empañarse. No sabía que limpiar un espejo veneciano era un verdadero y difícil arte. Sudó y lloró, hasta que Darvulia llegó y la llevó a los baños. Allí le enjabonaron y fregaron cada parte de su cuerpo con movimientos rápidos y rudos, pero competentes, que le recordaron su horrible incompetencia con el espejo. La muchacha se sentía agradecida por el baño, pero no entendía por qué la trataban tan bien cuando, en realidad, debía haber sido castigada. Se sintió aliviada cuando Darvulia la hizo apoyarse sobre el borde de la tina de cobre y la azotó con una vara de abedul que le hizo arder la piel. Desde niña la azotaban de esa manera por infracciones menores. Todo el cuerpo le brillaba con la rosada infusión de su saludable sangre. Cuando Darvulia dejó de castigarla, la llevó con la Condesa. Su verdugo Ficzko salió de las sombras junto a la chimenea, donde se sentaba siempre a esperar una orden. Llevaba en la mano unos delgados cordones de cuero, que parecían de zapatos. Con rudeza, levantó de los cabellos a la muchacha arrodillada a los pies de Erzebeth y la ató a la columna de nogal negro. Mientras Dorika lloraba, prometiendo esmerarse para limpiar el espejo, le ató las piernas y las muñecas con fuerza.



Erzebeth como personaje en una película de terror barata


Erzebeth se incorporó trabajosamente y se encaminó a la muchacha. “¡Guardarás la llave de mi alcoba”, le gritó. La Condesa tomó un llavero de un gancho sobre la pared y se lo arrojó a Darvulia, quien cachó las llaves en el aire. Las tomó con unas pinzas ennegrecidas apoyadas sobre el hogar de leños. Mientras las calentaba en el fuego, la Condesa, por turnos, abofeteaba o acariciaba a la impotente Dorika, que no dejaba de gritar y llorar, hasta perder la voz. Cuando las llaves estuvieron al rojo vivo, Ficzko desató las muñecas a la muchacha y tomó sus manecillas entre sus manazas. La Condesa la hizo mirar el cielo raso, donde su expresión angelical flotaba en medio del Paraíso sin terminar. En ese momento, Darvulia dejó caer las llaves candentes sobre las palmas extendidas de la muchacha. El siseante metal le quemó la carne, pero la muchacha ya no estaba consciente. No pudo ver la cara de la Condesa y sus ayudantes, que contemplaban cómo se le asaba la piel. Tampoco pudo sentir los afilados dientes perlados de Erzebeth al hundirse en uno de sus pequeños senos y sacarle un pedazo de carne. El olor a carne quemada estremeció a la Condesa, haciéndola vibrar hasta las entrañas. Inhaló hondo, como si aspirara el perfume de una flor rara. Luego destazaron viva a la chica.



Fue su último asesinato. Al frente de un grupo de soldados, el conde Thurzo irrumpió en forma inesperada en el castillo de Čahtice el 29 de diciembre de 1610, durante las festividades navideñas. Al reconocer los estandartes de su tío, Erzebeth permitió que se bajara el puente levadizo sobre el foso, sin sospechar nada. No bien el grupo armado cruzó el patio, los soldados de Thurzo desarmaron a los guardias de Erzebeth, que fueron sorprendidos en el cuartel mientras disfrutaban de un festín. Los soldados de Thurzo luego subieron por las escaleras y avanzaron en formación de abanico sobre el interior del castillo. Lo primero que vieron fue a una sirvienta en el cepo del patio, en estado agónico debido a una paliza que le había fracturado todos los huesos de la cadera. Esto era práctica corriente y no les llamó la atención, pero al acceder al interior se encontraron a una chica desangrada en el salón, y otra que aún estaba viva aunque le habían agujereado el cuerpo. En la mazmorra encontraron a una docena que todavía respiraba, algunas de las cuales habían sido perforadas y cortadas en varias ocasiones a lo largo de las últimas semanas.



Por todas partes había toneles de ceniza y serrín, usados para recoger la sangre que se vertía tan pródigamente en aquel lugar. Debido a esto, todo el castillo estaba cubierto de manchas oscuras y despedía un tenue olor a podredumbre. Uno de los tenientes de Thurzo, un caballero llamado Palosz, escribió en susMemorias muchos años después que:

“Los cadáveres de muchachas jóvenes yacían por todas partes, algunos a medio comer, otros sin brazos o sin ojos. Muchos soldados se enfermaron, inclusive algunos que habían estado en las guerras contra los turcos. Dentro del hogar había un cuerpo con quemaduras redondas, ennegrecido por las llamas que se avivaron antes de consumirlo. Los cómplices de la infame Condesa Sangrienta intentaron ocultar los cadáveres, pero nosotros los encontramos con facilidad, porque el suelo endurecido impedía que los enterraran hondo. Nuestros perros dejaron al descubierto las tumbas poco profundas, trayéndonos manos y extremidades de muchachas de la edad de mis hijas en ese tiempo. Con horror veíamos cómo los perros corrían con pedazos de las muchachas en sus fauces”.



El conde Thurzo no permaneció en Čahtice mucho tiempo después de la incursión. Pasó menos de una hora hablando en forma privada con Erzebeth. Luego ordenó a los capitanes de la guardia de la Condesa que le juraran fidelidad a él, y los puso bajo la vigilancia de sus hombres.

Testigos identificaron luego a la muchacha muerta mencionada por Thurzo en una carta a su esposa. Era Dorika y según se dijo, fue castigada por "robar una pera antes de Navidad. Le quemaron las manos y Erzebeth de Bathory le arrancó de un mordisco un pedazo de carne de un seno con la ayuda de su doncella Darvulia y Ficzso, el capataz de los mozos de cuadra”.



La modelo y actriz Michelle Bauer como Erzebeth de Bathory


Sin embargo, tiempo después, Thurzo afirmó que él no encontró evidencias de sexualidad extravagante, sangrientas orgías nocturnas a la luz de la luna, ni de ninguna de las actividades fantásticas que luego se le atribuyeron a su sobrina. La encuesta oficial del palatino, que presidió el tribunal de la familia, comenzó en 1611. Durante un período de cuatro años, 350 testigos declararon acerca de los crímenes de la condesa Erzebeth de Bathory, ama y señora de Kereshtur, Sarvar, Lockenhaus y una decena más de castillos en el reino de Hungría. Los jueces vertieron la siguiente opinión acerca de la necesidad de investigar:

“Su Alteza el conde George Thurzo fue elegido Príncipe Palatino de Hungría con el fin de proteger a todas las buenas almas y fustigar el Mal sin miedo ni favor. Su Alteza, no hará oídos sordos al satánico terror contra la sangre cristiana y a las horripilantes crueldades, jamás oídas en el sexo femenino desde que comenzó el mundo, perpetradas por Erzebeth de Bathory, viuda del muy estimado y altamente considerado Franz Nadazdy, en sus sirvientas, otras mujeres, y almas inocentes, a quienes extirpó del mundo en cantidades casi increíbles”.



En dos días solamente (7 y 11 de enero de 1611) se llamó a declarar a treinta y cinco testigos. Todos habían sido torturados y obligados a jurar que dirían la verdad. Entre ellos estaban íntimos colaboradores de la condesa, como Darvulia, Jo Anna Tohka, Helena Jo, Selena y Ficzko. Todos, menos Darvulia, confesaron que habían ayudado a torturar y asesinar a una gran cantidad de muchachas que cruzaron el umbral de sus castillos, para no volver a trasponerlo. Jacob Silvazy, mayoral del castillo Čahtice, presentó como evidencia un registro, escrito por la mano misma de la Condesa, donde enumeraba las 650 muchachas que había matado. La conmoción de los jueces ante el elevado número de sus víctimas, mayor aún por haber sido íntimos de la mujer, repercutió a través de los procedimientos.



La hija de Erzebeth, Anna, presente en las encuestas, se cuidó muy bien de volver a dirigirle la palabra a su madre. No la mencionaba en sus cartas y prohibió a sus hijos que nombraran a su abuela. Mientras escuchaba la letanía de acusaciones, la variedad de dolorosísimas torturas, los relatos de crueldad, pensó en la frialdad de su madre. Nunca la había acariciado; ni siquiera le había sonreído. Los asesinatos habían tenido lugar en el transcurso de los años en que, sin saberlo, ella jugaba y echaba de menos a su hermosa y distante madre. La criada Anna Tohka declaró:

"La Condesa hacía desnudar completamente a las muchachas, las arrojaba al piso, y luego las castigaba tan fuerte que se podía levantar a paladas la sangre alrededor de la cama de las víctimas. Ella les sacaba a mordiscones algún pedazo de carne".

Dorothea Tohka, su hija, declaró que "La Condesa también congelaba a las muchachas desnudas, arrojándoles agua, y observaba mientras les cortaban los senos. Le gustaba arrancar con los dientes un pedazo de carne y meterle a las muchachas agujas debajo de las uñas. Si ellas lloraban, les decía: ‘¡Puta vieja, quítatelas!’ Pero si alguna muchacha lo hacía, la Condesa le cortaba los dedos. Una vez, cuando mi ama mordió la carne de una de las chicas, se le fue toda la sangre de la cara. Tenía una palidez mortal, y los ojos le quemaban. El Diablo la tenía a ella, y a todos nosotros, en su poder. Yo sostuve a una muchacha mientras mi ama la mordía. Tuve que usar todas mis fuerzas, porque esa chica, Anika, pateaba duro. Yo también le hundí los dientes, pero mi ama me abofeteó la mejilla”.



El testimonio de Dorothea, hecho con firmeza, impresionó a los jueces por su lujo de detalles e intensidad. Se elevaron murmullos de incredulidad cuando Dorothea describió cómo la Condesa Sangrienta comía la carne de las muchachas vivas. Cuando confesó haberlo hecho ella misma, los integrantes del alto tribunal sintieron que ellos también participaban del delirio de la orgía caníbal. Los hombres de túnicas negras, sentados en la alta plataforma, sintieron que los lamía la ardiente llama de la lengua del diablo. El testimonio de Dorothea no perdió ni credibilidad ni intensidad cuando afirmó haber visto al Diablo mismo sentado sobre el regazo de Erzebeth, "esgrimiendo su rojo y nudoso órgano sexual, que parece una raíz de abedul".

Cuando el palatino le preguntó si ella había hecho el acto sexual con el Diablo, Dorothea pestañeó con coquetería y respondió:

"Sí, Su Alteza, muchas veces. Cuando él la toca a una, no hay nada que pueda hacer, porque su raíz de abedul es tan potente que no hay mujer que pueda resistirse a su avance y plenitud. Comparado con el órgano de cualquier hombre, el del Diablo es más caliente y grueso".



A Andrei de Kereshtur, comisionado para escribir los testimonios del juicio de su amiga y protectora de toda la vida, le hervía la sangre de indignación al escuchar a Dorothea, quien, según él sabía, había sido desflorada por Franz y azotada por Erzebeth y quien, por ende, tenía amplias razones para mentir. Sin embargo, él no estaba autorizado a hablar ni hacer preguntas. Su tarea era transcribir los testimonios y guardar silencio.

Los hombres la enviaron a la cámara de torturas. Los otros testigos no fueron tan contundentes, pero todos recordaron haber estado presentes o haber oído acerca de las torturas y asesinatos. De todos los interrogados, sólo Darvulia se negó con firmeza a traicionar a su ama, diciendo sólo que "alguna vez ella pudo haber castigado a una muchacha por no obedecerla, pero yo no la vi”. También dijo que, al contrario de lo que se rumoraba, su ama con frecuencia llamaba a sus doncellas por sobrenombres cariñosos. Presionada por la corte a reconocer que ella había sido esclavizada por el diablo dentro de Erzebeth, ella dijo que se"sentía fascinada por sus ojos", pero que eso era natural porque "yo fui su ama de leche y he contemplado sus ojos desde que los abrió por primera vez".



Ficzko reconoció sin demora haber sido amante de la Condesa, y describió diversas máquinas de tortura hechas para Erzebeth por orfebres "de las ciudades alemanas". Usaba potros de tormento, jaulas giratorias, lechos de Procusto con serruchos mecánicos, bolas que aplastaban y Doncellas de Hierro. Las Doncellas eran realistas "esculturas de mujeres con un interior letal hecho de afiladas púas de hierro". Estos artefactos eran mortales pero agradaban estéticamente."Muchas veces parecía más interesada en el funcionamiento del mecanismo que en el sufrimiento que causaba”, afirmó. Durante su interrogatorio, Ficzko también declararía:

"Las maniataban, aprisionaban sus brazos con alambres de hierro, y las golpeaban hasta darles muerte, hasta que sus cuerpos ennegrecieran como carbón y que sus pieles se desgarrasen. Se les cortaba los dedos uno a uno con tijeras de podar, Ilona traía el fuego para poner al rojo vivo los atizadores, aplicándolos luego sobre cara, nariz y boca".



Ilona Jo dio más detalles: "la señora hacía calentar las llaves al rojo vivo, quemando las manos de las chiquillas. Hacía lo mismo con las monedas que éstas encontraban y que no habían devuelto a la señora".

El pastor Ponikenuz, repitiendo rumores, dijo que había oído "de boca misma de las muchachas que sobrevivieron a los procedimientos de las torturas que se obligaba a algunos de los muchachos a que comieran la carne asada de las víctimas. La carne de otras era picada como si fueran hongos, luego era condimentada y cocinada, y se la daba a comer a muchachos que no sabían lo que estaban comiendo". Barbely Ambusm, un curandero, dijo al alto tribunal:

“No se permitía entrar a nadie en el dormitorio del ama, salvo a tres o cuatro doncellas de confianza, que eran quienes llevaban a las víctimas. Una vez que me llamaron para curar a una muchacha enferma, fui a su alcoba y vi cuatro cuerpos envueltos en mortajas. Sólo se les podía ver la boca, pero no el resto de la cara o el cuerpo. Les puse unas gotas en los labios y supe que estaban vivos porque el amargo les hizo tragar con fuerza. Creo que estaban atados dentro de la mortaja, porque no se les movían las extremidades. Yo no conocía a estas personas, ni sabía si eran hombres o mujeres, ni sé tampoco si salieron vivos de allí. Pero si se estaban muriendo, ¿para qué me llamaron para que les diera tintura? Eso no lo sé”.



Los testimonios de los testigos contra Erzebeth de Bathory fueron escritos con letra clara y firme por Andrei de Kereshtur, que mantuvo la cabeza gacha sobre el pergamino por temor a que sus ojos traicionaran su angustia. Trató de copiar las palabras que acusaban a su amiga como si estuvieran en un idioma extranjero. Sin embargo, poco a poco fue comprendiendo su significado. Erzebeth, su confidente, su protectora, y su ídolo, que se había ocupado de que él recibiera la mejor educación disponible, su mejor amiga, era transformada en un monstruo por la letra de su mismo puño. Toda su vida Erzebeth lo había mantenido informado de lo que hacía, lo mismo que él. En ningún momento le confió haber hecho lo que sostenían los testigos. El corazón le hervía de rabia y se le partía la cabeza mientras su pluma corría, obediente, por un pergamino que toda la posteridad podría leer. Esta fue la única vez en su vida que Andrei aborreció su llamado a la profesión de escriba. Fue lo más difícil que tuvo que hacer. Se juró a sí mismo que después de la muerte de su amiga, que entonces parecía inevitable, él haría una crónica de todos los recuerdos importantes de su vida en común y la redimiría. Erzebeth le había escrito más cartas a él que a ninguna otra persona en el mundo.



Sin embargo, no bien tomó esa resolución, empezó a tener dudas. A medida que testigo tras testigo se echaba a llorar y traicionaba a su ama, él se daba cuenta de que no era posible negar la sinceridad de esas voces que hablaban con vacilación y dolor durante horas y horas sobre crímenes tan aberrantes que a él le costaba mantener la pluma sobre el pergamino.



Andrei no era un niño inocente. Era un hombre de su siglo. Había presenciado ejecuciones y visto hileras de muertos. Mujeres y hombres torturados a quienes sólo se les había dejado la lengua hinchada en la sangrienta boca para que pudieran susurrar lo que se esperaba que dijeran. No obstante, los testimonios de estas mujeres eran de una naturaleza totalmente diferente. Eran relatos grotescos y obscenos que él no podía asociar con su adorada Erzebeth. Y lo peor: describían crímenes casi idénticos que habían tenido lugar durante muchos años en castillos distantes entre sí. Los testigos de diferentes castillos no se conocían entre sí.

A medida que los testimonios de la primera encuesta iban llegando a su fin hacia la medianoche del 11 de enero de 1611, a Andrei le dolía todo su ser. Se sentía traicionado por su amiga. No obstante, había algo más que seguía a la estela del dolor intenso de su corazón. El escriba se daba cuenta de que Erzebeth había significado para él mucho más de lo que imaginaba. Se daba cuenta, con un sobresalto, que había estado enamorado de ella toda su vida. Había dedicado su vida al estudio ascético para mantenerse consagrado a ella por entero.



A Andrei le habría gustado atribuir a su amiga la gracia redentora de una pasión filosófica. Sin embargo, no era un pensamiento que pudiera sustentarse después de oír hablar a testigo tras testigo. Según Ficzko, su ex amante y el único sirviente hombre implicado en las torturas y asesinatos:

“Si los pliegues del vestido de la Condesa no estaban prolijos, si aún no se había encendido el fuego, o si una de sus prendas de vestir no estaba planchada como era debido, las muchachas responsables eran torturadas hasta morir. Su Alteza en persona, o una de las sirvientas viejas, quemaba los labios y la nariz de las muchachas con una plancha. La Condesa también les metía los dedos en la boca y se las rompía. Una de ellas podría haberle respondido algo. La Condesa insertaría entonces los dedos en la boca de la muchacha, desgarrándosela. ¡Eso le enseñaría a responder!”



Andrei sabía que Erzebeth encontraba placer en el momento culminante de su ira, porque ella misma se lo había dicho. Un placer que podía repetirse a voluntad, y con frecuencia. Llevándose a la boca los dedos ensangrentados, debe de haberse obligado a parar de reír. La expectativa de una noche de sublime estímulo intelectual le proporcionaba otra clase de placer. "Su Alteza chamuscó las partes privadas de una chica con una vela encendida", había confesado Dorothea.

Después de sus declaraciones, los testigos fueron sentenciados a muerte. Por su negativa a hablar, Darvulia fue condenada a que le cortaran los pechos y le sacaran los ojos, después de lo cual fue quemada viva en la hoguera. Jo Ann y Dorothea fueron sentenciadas a que un verdugo les arrancara, con pinzas candentes, todos los dedos de las manos, que habían usado en los crímenes. Después de eso, también fueron quemadas vivas en la hoguera. Ficzko fue decapitado y desangrado, luego arrojado al fuego. Dorothea y Selena fueron quemadas vivas y sus cenizas desparramadas en el viento. Al pensar en las agujas debajo de las uñas de la muchacha, Andrei escribió más tarde:

"Vivimos en un mundo traspasado por las flechas rotas que afloran del cuerpo de San Sebastián o por las afiladas estacas con que los valacos empalan a sus enemigos".



Lady Klara Bathory, a quien le advirtieron acerca de las encuestas, huyó a Transilvania, y se refugió en la corte de Stephen Bathory. Más tarde viajó a Italia, y luego a España. En 1615, cuando ya era vieja, partió para el Nuevo Mundo y se estableció en la isla de Cuba.

Los testimonios de los testigos entrevistados por la comisión del palatino fueron editados con cuidado al transmitirse al rey los resultados. Debido a la manera en que podrían ser interpretadas por la Iglesia, todas las referencias a brujería fueron eliminadas. Como la mayoría de los testigos fueron condenados a muerte y ejecutados de inmediato, sus testimonios no pudieron duplicarse. Erzebeth no fue nunca llamada a atestiguar, y nunca fue formalmente acusada. La corte del palatino decidió no presentar una acusación formal.



Cuando por primera vez se obtuvo suficiente evidencia, en el año 1611, Thurzo ordenó que el encierro de Erzebeth en Čahtice fuera permanente. La Condesa, que primero había sido puesta bajo arresto domiciliario en Čahtice, a continuación fue encerrada en su propia alcoba. Se dejó una abertura para que por ella se le pasara la comida una vez por día. Como no hubo una acusación formal contra Erzebeth de Bathory, la gran fortuna quedó en la familia.



La ventana de la reclusión en el Castillo


La conclusión más condenatoria que pudo trasmitir la familia tenía que ver con el gran número de instrumentos de tortura encontrados en las residencias de la Condesa. Con renuencia, la comisión concluía que "estos artefactos cuidadosamente diseñados son prueba de que ella no era sólo la víctima de una ira incontrolable". En otras palabras, pudo haber empezado azotando a sus sirvientas insubordinadas de la manera aceptada, pero en su madurez prefirió métodos refinados de causar dolor y, muy probablemente, placer, de manera gradual y con gran habilidad. Orquestaba el placer como la música. "Suyas eran las armonías del Infierno", concluía el informe, que fue guardado en el archivo de Thurzo y ocultado de la luz durante cuatro siglos hasta que, en el siglo XX, la profesora Lilly Hangress lo encontró y usó partes seleccionadas para un célebre libro acerca de la Condesa.



Durante el encierro de Erzebeth en Čahtice, otros juicios se llevaron a cabo a lo largo y a lo ancho de Hungría, por brujería, infidelidad conyugal, o ambas causas. Como sospechara en una oportunidad Ursula Nadazdy, los grandes señores empezaban a avanzar sobre las propiedades de las viudas acaudaladas. Hasta la hora de su muerte, Erzebeth alegó ser inocente de los hechos de que se la acusaba, sosteniendo que habían sido inventados por los clérigos.



Sobre la cuestión de la brujería, Andrei de Kereshtur no dejó dudas de que a Erzebeth se le enseñaron las artes mágicas desde una edad temprana. El mundo de las mujeres de Kereshtur, Sarvar y Čahtice estaba impregnado en ellas. La brujería era la artimaña de las mujeres, así como la alquimia y la astrología eran sus equivalentes masculinos. A Andrei de Kereshtur, que era un alquimista, le divertía que todos los predicadores y curas que todo el tiempo estaban encima de estas actividades raras, veces lograran obtener una prueba positiva. Especulaba que una de las tretas mejores de las brujas era hacer que los hombres del clero olvidaran lo que acababan de ver y oír. "La verdad de la luz del día es un velo sobre sus ojos", dice en sus Crónicas.



Después que Erzebeth fue encerrada en Čahtice, el pastor Ponikenuz escribió una larga carta al rey Matthias describiendo una visita con la distinguida prisionera. Erzebeth, que no mantenía en secreto el odio que sentía por el ministro luterano, lo acusó repetidas veces, a él y a sus colegas predicadores, de haberla conducido a una trampa. El pastor Ponikenuz se defendió describiéndole actos de brujería que él mismo había observado practicar a la Condesa. Ella descartó esos relatos con una risa despectiva. Ese no era tema de su incumbencia. Ponikenuz mismo pareció olvidar el tema (hasta volver a referirse a él en la carta), y siguió, en cambio, el razonamiento de la Condesa. Ponikenuz arguyó que él nunca la denunció con nombre y apellido en sus sermones. Erzebeth le respondió que no tenía nada que denunciar. Ella dijo que nunca había hecho nada malo. Las campesinas, le dijo, a veces morían por envenenamiento de la sangre, consunción, exceso de trabajo. Algunas, preñadas, se arrojaban desde los parapetos del castillo. En el transcurso de los años se habían presentado a sus castillos centenares de muchachas, tratando de entrar a su servicio. Ella había sido muy generosa. Después de cinco años de empleo, recibían una dote que les permitía casarse. Esta dote era su esperanza, y la esperanza de sus padres, campesinos que arañaban la tierra el año entero y apenas alimentaban su panza. En cuanto a las muchachas que nunca volvieron, estaban mucho mejor muertas. Erzebeth había visto la mugre en que se revolcaban en sus casuchas. Eran brutales, crueles y estaban cubiertas de pústulas. Cuando los humildes padres de las muchachas acudían al castillo a preguntar qué había sucedido con sus hijas, Erzebeth ordenaba que los azotaran. Se enfurecía cuando lo predicadores y curas a veces preguntaban por las sirvientas en nombre de sus padres.



El pastor Ponikenuz sostenía que "la vida de sus sirvientas no era de ninguna importancia para la Condesa Bathory. Las miraba con los mismos ojos que observaba los tallos de sus calabazas. Sus lebreles y sus halcones eran más preciosos”.

Erzebeth permaneció encerrada entre las paredes de su alcoba por casi tres años, sin el solaz de un solo rayo de sol. Afuera, la vida del castillo proseguía como si ella no existiera. Las noticias del mundo le eran negadas. Se la trataba como si ya estuviera muerta y enterrada. A medida que el mundo se iba apartando de ella, se contaba y se volvía a contar la historia de su vida.



Le permitieron llevar a su tumba en vida sólo un escritorio, su caja de perlas, dos vestidos sencillos y sus candelabros de oro. El pelo le creció, enmarañado, y primero se le puso gris, luego de un blanco sucio. Los hedores de su cuerpo llenaban el cuarto. La mujer que se había pasado la vida obligando a sus súbditos e iguales a que la contemplaran y admiraran su belleza, pasó largos años sin que nadie la mirara siquiera.



El 7 de agosto de 1613, al cumplir cincuenta y tres años, mojó la pluma en el tintero casi seco, que humedeció con su saliva, y le escribió a su queridísimo amigo Andrel. La carta a la sazón decía:

“Mi curiosa vida está llegando a su fin. He visto la figura de mi muerte y le he dado la bienvenida. Tú y yo somos amigos desde que ambos éramos niños en Kereshtur. Nos vestíamos igual y nadie podía decir cuál era varón y cuál niña. Durante mi confinamiento he pensado mucho en esos días y he llegado a creer que fueron los mejores de mi vida. Lo que nos sucedió después no disminuye mi afecto por ti, notario. Te perdono por escribir las espantosas mentiras que contaron esas mujeres, embrujadas por los predicadores. Me has servido con fidelidad y eres de los pocos que permanecieron a mi lado sin desviarse. Tú has sido mi espejo. Te relevo ahora de esa dolorosa tarea y te ordeno que mi nombre sea olvidado. Esta es la última exigencia de tu caprichosa y a veces negligente Condesa. Quiero que te asegures de que nada escrito sobre mí surja de la pluma maliciosa de hombres que no me han conocido. Destruirás nuestras cartas y le rogarás a mi hija que haga lo mismo. Ansío el olvido más que ansío la muerte. He ansiado la muerte todas las horas de mi vida de estos últimos años. No he oído nada más que las voces mentirosas de los predicadores al otro lado de la pared. Los chillidos de las ratas debajo de las piedras por la noche me han consolado más. Todo este tiempo no he visto el cuerpo de un hombre ni de una mujer vivientes, sólo sus manos empujando mi cuenco de gachas a través del agujero que abrieron para pasar las cosas. Debería haber muerto de vergüenza hace mucho, o por falta de luz. Culpo a los predicadores. Todos ellos sufrirán los tormentos por la eternidad: Hebler, Ponikenuz, Megyery. ¡Pensar que Hebler sigue libre, diseminando su veneno, mientras que yo languidezco en esta cámara! No sé qué me ha mantenido viva. La fuerza de la vida en mí siempre ha sido un misterio para mí. Mi deseo de vivir ha sido más fuerte en los momentos más aciagos, inclusive cuando mi querida Teresa era consumida por las llamas. Dicen que he matado a muchachas inocentes. ¿Lo hice? Las he castigado por su falta de atención, por su estupidez, por bajar siempre los ojos ante todos y ante todo. Yo no las maté; su resignación y su terquedad se llevaron lo que había de vida en ellas. La muerte siempre ha incrementado mi apetito por la vida. No he pensado en otra cosa que la muerte durante estos años oscuros, pero en vez de debilitarme, estos pensamientos me han hecho más fuerte. Nuestro amado maestro Silvestri dijo una vez que la muerte de uno es todo lo que importa, con la única excepción de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Debo haber tomado muy en serio su observación, al menos en lo que me concierne. ¿Recuerdas la visita del gran Kepler al Castillo Sarvar? Tenía renombre universal por sus horóscopos. Creo que él vio algo en mis astros que no me dijo. Yo no sabía lo que él había visto, hasta que me pusieron aquí sola, hasta el fin. Sé ahora que los astros predijeron mi soledad y él no se animó a decírmelo. Debe haber mirado mi horóscopo y visto la ausencia de estrellas, un cielo de noche oscura sin luz. Sólo he sido feliz alborozada por la belleza o el genio. La fe de Johannes en la belleza de lo que está escrito me conmovió, como me conmoviste tú con tu pasión por las investigaciones químicas. Me conmovía cuando era niña, y ardía con la impaciencia de oír a nuestro maestro Silvestri…”



Cuando terminó de escribir la carta, se dispuso a morir con la misma determinación que había puesto de manifiesto al vivir y al matar. Siete días después, el historiador húngaro Istvan Krapinski informaba:

"Erzebeth de Bathory, viuda del Conde Nadazdy, principal soldado jinete de Su Majestad, que fuera notoria por sus crímenes, murió en su prisión del castillo Čahtice el 14 de agosto de 1614, de repente y sin crucifijo y sin luz”.



La carta del 7 de agosto llegó a manos de Andrei de Kereshtur el mismo día en que el alma de la Condesa, en que ella ya no creía, abandonó su casi transparente cuerpo. Andrei de Kereshtur buscaba desesperadamente una razón que explicara la acción de su amiga. "Quizás había en ella una pasión que yo no podía entender", escribió, con una alusión delicada a su propia vocación ascética. Él era un monje resuelto a renunciar a la carne, aunque con frecuencia escribía que comprendía la carne. No acudió a un conveniente demonio para explicar a Erzebeth. No creía que estuviera poseída. Insistía en buscar una explicación razonable para sus actos, quizá porque la conocía tan bien.



Pretendieron enterrarla en la iglesia de Čahtice, pero los habitantes locales decidieron que era una aberración que fuera enterrada en el pueblo, y además en tierra sagrada. Finalmente, y como era "uno de los últimos descendientes de la línea Ecsed de la familia Bathory", la llevaron a enterrar al pueblo de Ecsed, en el noreste de Hungría, el lugar de procedencia de la poderosa familia. Todos sus documentos fueron sellados durante más de un siglo y se prohibió hablar de ella en todo el país.




Dos años después, las hijas y el hijo de Erzebeth fueron finalmente acusados de traición por el apoyo de su madre a la guerra contra los alemanes; Anna Bathory, una prima de la condesa, llegó a sufrir tortura por este motivo en 1618, cuando contaba 24 años, pero sobrevivió. La mayor parte de la familia Bathory-Nádasdy huyó a Polonia; algunos retornaron después de 1640. Un nieto sería ejecutado en 1671 por oponerse al Emperador Alemán.

Una cantidad desusada de tormentas se registró en la última década del siglo XVI, mientras Andrei de Kereshtur confiaba sus pensamientos al pergamino. Los astrólogos decían que estas tormentas se correspondían con los tumultos espirituales en el alma de las personas. Coincidían, también, con los acontecimientos políticos que marcaron el principio de la edad moderna: el comienzo de la declinación del poder otomano y el crecimiento de los Habsburgo, la difusión de la fe protestante en todos los países germánicos, el fin de la Inquisición, el comienzo del nacionalismo y la fabulosa riqueza del Nuevo Mundo. Cada tormenta era diferente de la anterior, pero cada una más intensa que la última.



En la Hungría contemporánea, Erzebeth Bathory está completamente rehabilitada y (al igual que Juana de Arco) muchos la consideran heroína nacional. La escritora Valentine Penrose escribió un libro titulado La Condesa Sangrienta, dedicado en su totalidad al personaje. La escritora argentina Alejandra Pizarnik, escribió un ensayo basado en este personaje, titulado también "La Condesa Sangrienta".



Siglos después de su muerte, Erzebeth de Bathory continúa fascinando por igual a seguidores y detractores.

Fuente: Escrito con Sangre.

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